lunes, 21 de enero de 2013

Ciento treinta y cinco por ciento

                                 A los hijos del rock 'n' roll, bienvenidos.

Aunque no le conozco personalmente, me enfrento a las películas de Quentin como si fueran las de un amigo. Ya sabéis, ese colega algo zumbao pero buen tío que aparece cada tres o cuatro años para montar algún cirio y luego desaparecer dejando tras él un río de sangre, pólvora y algún que otro disfrute; pero tranquilos, la sangre y la pólvora son de mentira. Los disfrutes no.

Y es que probablemente Quentin es uno de los directores más honrados consigo mismo del cine actual (y del de antes). Pero que sea fiel a sí mismo no significa que sea mejor o peor director. Significa que sus películas son ciento treinta y cinco por ciento él. Y eso no es poco. Y mucho menos tratándose de Quentin.

 ¿Os he contado el chiste del plátano ?

"Django Unchained" no sorprende en ese sentido. Sigue siendo él, desde luego; sentado ante la pantalla, le viene a uno la sensación familiar de ser testigo de los juegos cinéfilos de un niño cafre, pero esa es la cantinela de siempre. Todas las películas de Quentin tienen ese alma. Aunque "eso" se llama estilo y sólo lo poseen unos pocos ¿qué aporta de nuevo este Django?

Nada, muy poco, o casi nada. Pero eso, además de que no es  novedad, no importa. Lo valioso es que exceptuando la pérdida de fuelle en el tercer acto (los dos anteriores son brillantes) "Django Unchained" se disfruta con el placer de reencontrarse con un viejo amigo, aquel tío un poco rarito que conociste en vhs en aquello llamado "Reservoir Dogs" y con el que, borracho de felicidad, firmaste un pacto de sangre y amor eterno a la salida del cine de "Pulp Fiction". Luego vinieron algunas decepciones, patinazos incluidos, pero si Quentin es ciento treinta y cinco por ciento sus películas ya se sabe que nobody's perfect.   

                                        Me dejas de cera.
 
Y no, por supuesto que "Django Unchained" no está al nivel de "Pulp Fiction". Exigir algo de ese inmenso e inmortal tamaño sería lo mismo que pedirle a Miguel Ángel quince Capillas Sixtinas.

Esas cosas sólo pasan una vez en la vida.